Uno entre millones de seres felices

En las redes sociales somos felices todos los días. Comemos en los mejores restaurantes con la mejor compañía, viajamos a sitios impresionantes, leemos textos interesantísimos, vemos vídeos divertidos, asistimos a espectáculos irrepetibles y no paramos de contarlo. Todas las puestas de sol son memorables en Instragram, Facebook o Twitter, todos los vinos saben a gloria. Ni un resquicio de imperfección o aburrimiento, ni un amago de infelicidad. Así somos cuando nos mostramos ante los demás cotidianamente.

Quizá por eso cada vez que alguien distorsiona ese mundo feliz con el menor gesto de incorrección se convierte en víctima de linchamiento público, en carne de TT, en noticia. Quizá por eso todo lo que no rebosa felicidad se considera poco correcto, censurable, autocensurable.

Lo negativo, desterrado individualmente al mundo físico, es cosa de “los otros” en ese relato feliz de nuestra existencia que mostramos todos los días. No nos damos cuenta de que sin imperfecciones, sin lados oscuros, sin matices, no somos nada. Y eso es lo que demostramos muchas veces cuando nos presentamos ante los demás en la escena pública digital, que tan sólo somos uno más de los millones de seres humanos de Occidente que hoy han decidido fotografiar una hamburguesa 100% carne de vacuno ecológica salida de un establo donde los bichos escuchan a Mozart mientras reciben masajes. Llámame ‘foodie’. Qué aburrimiento.

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