La caverna 2.0

Parece cosa del pasado, pero siguen llegando convocatorias de gurús a conferencias dedicadas a contar las bondades de “lo digital”, así, a pelo, como si “digital” fuera un sustantivo y no un adjetivo. Venga ya, sabemos que no es cierto, que no hay continente sin contenido, que no hay dos verdades, la física y “la digital”, que todo es parte de nuestro entorno, que vivimos en 2016 y casi todos en Occidente, hasta los más mayores, apoyan sus quehaceres diarios en una conexión a Internet. Lo hacen hasta las máquinas.

Casi todo es físico y casi todo es digital. Y lo que no lo es guarda una reproducción fidedigna en forma de unos y ceros en algún servidor más o menos remoto. Así que más vale que nos acostumbremos de una vez a ver la realidad como un todo.

Lo digital no se entiende sin lo físico y viceversa (hasta a eso hemos llegado), lo digital son las sombras de la caverna 2.0 de Platón. En la alegoría del griego quienes están encerrados en ese mundo sombrío se niegan a salir a plena luz del sol y son capaces de matar a quien les intenta guiar fuera de la caverna. Como muchos gurús de “lo digital”, quienes se sienten satisfechos con las sombras no quieren conocer la verdad. Igual en Grecia los habitantes de las cuevas también ganaban dinero hablando de las sombras.

La verdad está ahí fuera.

Uno entre millones de seres felices

En las redes sociales somos felices todos los días. Comemos en los mejores restaurantes con la mejor compañía, viajamos a sitios impresionantes, leemos textos interesantísimos, vemos vídeos divertidos, asistimos a espectáculos irrepetibles y no paramos de contarlo. Todas las puestas de sol son memorables en Instragram, Facebook o Twitter, todos los vinos saben a gloria. Ni un resquicio de imperfección o aburrimiento, ni un amago de infelicidad. Así somos cuando nos mostramos ante los demás cotidianamente.

Quizá por eso cada vez que alguien distorsiona ese mundo feliz con el menor gesto de incorrección se convierte en víctima de linchamiento público, en carne de TT, en noticia. Quizá por eso todo lo que no rebosa felicidad se considera poco correcto, censurable, autocensurable.

Lo negativo, desterrado individualmente al mundo físico, es cosa de “los otros” en ese relato feliz de nuestra existencia que mostramos todos los días. No nos damos cuenta de que sin imperfecciones, sin lados oscuros, sin matices, no somos nada. Y eso es lo que demostramos muchas veces cuando nos presentamos ante los demás en la escena pública digital, que tan sólo somos uno más de los millones de seres humanos de Occidente que hoy han decidido fotografiar una hamburguesa 100% carne de vacuno ecológica salida de un establo donde los bichos escuchan a Mozart mientras reciben masajes. Llámame ‘foodie’. Qué aburrimiento.

“Influencia”, siempre con comillas

Después de leer este interesante post de mi amigo Pablo Herreros he bajado al bar de abajo, he preguntado y he comprobado lo que me temía: Nadie sabe quién es el alcalde de Jun. Ni siquiera sabían que existía un pueblo con ese nombre, un ayuntamiento con amplias iniciativas de participación ciudadana y cierta entrega propia de un fan adolescente a una multinacional estadounidense, Twitter.

Aunque los vecinos del bar no lo sepan, el alcalde de Jun, José Antonio, es el primer edil con más seguidores del mundo y el tercer político español más “influyente”, según Klout.   Este texto va sobre esas comillas que rodean a la palabra “influyente”, que forman parte intrínseca del concepto hoy en día, ya que su significado real es algo que queda para el diccionario de la RAE.

Sería de esperar que el tercer político más “influyente” del país fuera capaz de cambiar muchas cosas, esa “influencia” genérica le otorgaría el poder de mejorar nuestro día a día en cualquier ámbito de un modo real y efectivo para toda la población, ya que su poder de convicción estaría por encima del de cualquier ministro. De hecho se supone que supera, según Klout, a su propio candidato a la presidencia del gobierno, Pedro Sánchez. Si esto fuera así, lo que nos cuentan estos índices de influencia es que el líder socialista podría ser un mero títere camino de la Moncloa, ya que en su propio partido hay quien influye más que él. Permitidme que lo dude.

Entonces, José Antonio, ese señor de Jun, provincia de Granada, ¿tiene influencia o no la tiene más allá de la linde de su pueblo? Pues la verdad es que sí, aunque con reparos, nunca tanta como cabría de esperar de un alcalde con más “seguidores” que Ada Colau o Manuela Carmena. Su influencia es directa sobre quienes creen que el tamaño importa, y este señor sabe utilizar muy bien sus métricas. Son muchos quienes miran a las redes sociales y a las nuevas tecnologías sin ningún tipo de espíritu crítico, hay demasiada gente fácil de impresionar por un dato frío. Del mismo modo que hay periódicos que dan relevancia a noticias que no lo son bajo el paraguas de “arde Twitter”, hay personas subidas a los altares por su número de seguidores, desde políticos hasta estrellas de la prensa rosa. Hay quien considera un gurú de cualquier cosa a alguien con unas métricas desproporcionadas. En ese público fácil de impresionar sí que es “influyente”, siempre con comillas, José Antonio. Por el tamaño de su Klout. Estos índices indican que influyes, sin duda, pero no explican sobre quién y para qué, que es lo importante.

Dos cosas más:

  • No tengo claro que sea posible prestar atención y conversar con más de 150.000 personas en Twitter ni en ninguna parte.
  • Me parece genial que un ayuntamiento utilice todas las herramientas a su alcance para mejorar la calidad de vida de sus vecinos, pero me genera mucha inquietud un gobierno municipal entregado a la promoción de una o varias multinacionales.

He vuelto a escribir.