Hay pocos mecanismos de defensa tan potentes como la conspiranoia. Cuando la realidad, simple y chabacana como los seres humanos, no nos gusta, tendemos a pensar que alguien mueve unos hilos invisibles con la intención de putearnos por algún motivo siniestro.
La conspiranoia funciona genial para autojustificar el miedo, pero también es muy útil, quizá mas, para el que ataca. Un país que bombardea a otro porque, sencillamente, no lo soporta, preferirá que veamos su posición como fruto de reflexiones complejas e intereses ocultos. Es más sencillo justificarse así: tú no lo entiendes porque es muy complicado. La situación puede trasladarse perfectamente a cualquier ámbito, incluso al privado. Si alguien genera un mito complejo para tocarte las pelotas, te está engañando.
Como comunicadores deberíamos ser capaces de trasladar al resto de la sociedad lo que vemos con cierta altura de miras, con cierta protección contra la intoxicación que supone el ruido conspiranoico. Cuando alguien vuelve compleja una historia, y en las secciones de Economía y Política suele ser muy habitual, es por dos razones: o no se entera de lo que pasa u oculta algo.
Los textos cortos en redes sociales deberían favorecer esa comunicación sencilla más adecuada a la realidad, pero en el fondo nos va la marcha y preferimos discutir sobre lo superfluo pensando que somos muy listos, muy complejos. Pues no, no somos para tanto, ni falta que hace.