Un debate invisible
El trabajo en comunicación corporativa es, casi por definición, invisible. El papel del comunicador consiste en acelerar y mejorar el proceso informativo, no en protagonizarlo. Del mismo modo, también es transparente el debate entre la comunicación corporativa tradicional y la que empieza a surgir afortunadamente con el nuevo ecosistema mediático.
Es un debate tan afectado por lo digital como el ya mítico y cansino enfrentamiento entre periodismo tradicional y nuevo periodismo, es más, lo alimenta y decide de un modo crucial su futuro. A quienes ponen la etiqueta de “demonios” a quienes ejercen la comunicación desde una empresa les sorprenderá saber que en ese lado de la comunicación también hay movimiento.
Frente a los clásicos del “yo pago, yo te dicto el titular”, “yo invito, tú escribe”, que cosecharon grandes éxitos gracias a la existencia de un periodismo manso, el mayoritario en nuestro país, va creciendo el trabajo de algunos valientes que afrontan su día a día con la ética por delante. Sí, puede parecer increíble, pero hay gente así, dispuesta a ofrecer argumentos y datos, ayuda en definitiva, para que un mensaje llegue adecuadamente al receptor. Gente preocupada en entregar mensajes en tiempo y forma, adaptándose a los nuevos medios y a los nuevos modos de relación con el entorno de una marca. Lo que sucede es que, como sus antecesores viejunos, esta gente es invisible.
Que una comunicación sea interesada —todas lo son, hasta las de los medios más independientes— no quiere decir que sea mala, y en eso también vivimos un proceso de transformación. Es verdad que es incipiente, que las grandes estructuras se mueven de un modo más lento de lo que nos gustaría, pero es una tendencia. Y se convertirá en una realidad irremediablemente del mismo modo que el periodismo, que va de la mano, se está reconvirtiendo poco a poco por necesidad.