Lo imprevisto

En comunicación de crisis la previsión es fundamental, aunque luego la realidad imponga saltos de protocolo. Sólo una confianza atroz en uno mismo puede llevar al descuido, a la falta de visión de escenarios negativos evidentes, y dejarlo todo en manos de la improvisación más descuidada.

Imaginemos que formamos parte de un partido político, cualquiera vale, que se financia ilegalmente desde la noche de los tiempos. No contemplamos el riesgo por un montón de razones: Lo hacen todos, es así de toda la vida, nunca ha pasado nada cuando han pillado a alguien, etc. Así que nos sentimos seguros porque nuestra percepción es que nadie va a considerar grave el delito y nadie nos va a condenar porque el sistema, nuestro entorno, nos protege.

Cuando tienes esa sensación de seguridad no prevés el desastre, no te planteas que pueda suceder. Y, de golpe, zas, en toda la boca. Y la primera reacción es culpar a fulano, y salir corriendo, y retirarse para planificar lo que parecía imposible, y sentirse víctima. En ese proceso mental, sin haber dedicado dos minutos a ver la realidad desde fuera, sin haberte planteado la más mínima reacción ante un delito grave e institucionalizado, corres el riesgo de jugar al “patapún parriba” y alargar el problema para no solucionarlo.

Cuando te crees el puto amo no prevés que existan cosas que fuercen tu dimisión. Y así seguimos, cada uno en su sitio.

Cuestión de prioridades

El trabajo de un periodista/comunicador consiste, en gran medida, en fijar prioridades. Esto sucede especialmente cuando hay que comunicar una tragedia. Lo primero debería de ser contar los hechos contrastados y ofrecer la información de servicio necesaria para ayudar a las víctimas y a los afectados en un sentido amplio. Ellos son el primer público al que dirigirse. Y siempre con el apoyo directo de las fuentes que pueden aportar información precisa y útil.

Lo demás, la caza de la imagen más morbosa, las declaraciones que no aportan nada más que notoriedad al político de turno, los testimonios de testigos en estado de ‘shock’ que contribuyen a la confusión, la anécdota lateral que desvía la atención, el baile de números, etc., sobra. No sólo genera ruido, además hace daño en la mayoría de las veces al primer grupo de interés al que deberías de estar ayudando: los afectados.

En un caso como el de Galicia, la carrera por ser el primero -a costa de información imprecisa-, ganar audiencia (dinero) o favorecer la imagen del político de turno no puede convertirse en prioridad. El problema es que en algunas ocasiones lo es, demostrando que la ética que reclamamos para otros sectores nos la trae al pairo con tal de ganarle un pulso absurdo al competidor. PUAJ.