Lo de la potencia sin control o el vísteme despacio

“Yo primer, yo primer”. La frase anterior se repite mucho en dos ambientes: los patios de colegio y las conversaciones entre periodistas en Twitter cada vez que se produce un suceso importante. En ambos casos, es una chiquillada que no va más lejos.

Hay dos casos recientes que demuestran que la batalla por la inmediatez tal y como la conocíamos ha pasado a ser algo ridículo. El primer ejemplo es el del atentado en Boston. En un sitio lleno de gente conectada a través del móvil no hay primicia que valga. Ahí el buen periodista no es el mas rápido, en ese momento triunfa el que mejor sabe agregar los datos, verificarlos, interpretarlos y distribuirlos. Mientras los testigos nos trasladan la actualidad a borbotones, el periodista tiene que ser capaz de unir las piezas para hacer un buen relato. Aunque se retrase media hora. Casi nadie lo hizo.

El segundo caso se repite en España todas las semanas. Los domingos por la noche Jordi Evolé hace un programa, ‘Salvados’, que no para de ganar audiencia y generar opinión. Los contenidos del programa se basan en un 80% en noticias ya publicadas en periódicos, así que, cuando el público se sorprende en Twitter del tema de la semana, aparecen rápidamente periodistas repitiendo el “yo primer, yo primer”. Y es verdad, Jordi pierde la batalla de la inmediatez, pero gana otra que algunos medios tradicionales han perdido: la de fijar la agenda.

La inmediatez sigue teniendo vigencia cuando el periodista destapa una noticia, no cuando relata un suceso, pero no sirve para nada si el tratamiento no es el adecuado. Si publicas una noticia exclusiva en un breve o en un suplemento local mientras en la apertura de tu medio sólo hay declaraciones del partido A contra el partido B, no te enfades si Evolé coge tu tema y lo convierte en TT mundial. Fuiste “primer”, pero no sirvió de mucho. Como en el anuncio de la potencia sin control.

La manía de extender los malos vicios ochenteros al siglo XXI

Hay preguntas que dejan al aire actitudes más desfasadas que un videoclip de Modern Talking. Al hablar de dospuntocerismo se repite mucho una (ayer me la hicieron unas cuatro veces): ¿Qué departamento de una empresa debe aglutinar el trabajo en redes sociales?

En cuanto oigo la pregunta, aun sabiendo que es bienintencionada, mi temperatura corporal sube varios grados y tiendo a responder planteando otros retos absurdos: ¿Qué departamento de una empresa debe centralizar las llamadas de teléfono? ¿Quién es el encargado de pasar los textos a papel?

No se puede ir de moderno y mantener actitudes propias del antiguo régimen. La territorialidad mal entendida de las estructuras empresariales, la acaparación de poder interno mediante el monopolio de una herramienta, es uno de los factores que sin duda impulsa al precipicio a las compañías más veteranas.

Si una nueva herramienta favorece la consecución de los objetivos o mejora el trabajo de un departamento, de cualquier departamento, limitar su control a un territorio marcado cual león africano es ponerse límites y frenar el desarrollo de toda la organización. Hay que admitir que no sabemos de todo, y que el nuevo entorno exige un modo de trabajo transversal en el que cada uno aporte su experiencia completando la de los demás, no acaparándolo todo.

Las redes sociales sirven para un montón de cosas: comunicar, vender, anunciar, atender al cliente, captar talento, recoger información de mercado, desarrollar producto, mejorar los procesos, etc. Lo ideal es que en un ambiente coordinado y transversal cada área aporte y ejecute su parte sin ver al resto de departamentos como si fueran la competencia: deben de ser un complemento o una ayuda. Coño, que son tus compañeros.

La territorialidad mal entendida es muy del siglo XX, y puede ser comprensible que aún queden cabezas amuebladas a la antigua usanza, con sevillanas o muñecas legionarias tocando la trompeta encima del televisor, pero de eso han pasado ya muchos años, muchos, más de media vida para la generación que nos echará a patadas si seguimos pensando que la estética de ‘Tocata’ era elegante.

Esa obvia falsedad llamada “gratis total”

Aviso: Este post, como casi todos, sólo incluye obviedades.

No para de repetirse una frase que odio: “En Internet se ha instalado el gratis total”. Se usa para culpar a los demás o a un supuesto ente abstracto con mucho poder de la falta de ingresos de una determinada industria que no acaba de saber cómo reciclarse. Les va a pasar a todas, pero de momento llevan la delantera el sector musical, el editorial y el de los medios de comunicación.

La verdad: Internet es de pago, siempre, otra cosa es quién pague la factura y si lo hace de un modo directo o indirecto. Los periodistas comemos, los músicos comemos (algo menos, es cierto), los diseñadores comen, los desarrolladores no paran de comer y hasta los community managers comen. Bien es verdad que cada vez hay más bocas aplicándose a la misma tarta y la desnutrición es tendencia, pero es innegable que toda acción desarrollada en Internet implica una transacción económica, o muchas a la vez. Puede que seas tú el que se rasque el bolsillo, o que lo sean tu marca favorita o la multinacional que más odias, pero alguien paga la factura. Ninguna de las plataformas en las que te mueves, en las que consultas información, trabaja gratis. Y eso es bueno, recordad que todos comemos.

Entonces, ¿cuál es el problema? El problema generalmente es que las empresas tradicionales de las industrias antes citadas pretenden mantener sus grandes trozos de tarta en un escenario donde la oferta se multiplica exponencialmente cada día, bajando obviamente el precio del producto.

Ahí está el tema, no puedes pretender mantener tus precios sin modificar tu modelo de producción ni la calidad del servicio. Tus nuevos competidores, nacidos en el nuevo entorno, te pueden comer con patatas. Es por eso que los modelos de pago pueden no servir para nada si no van acompañados de un cambio mucho más profundo que eleve el precio de lo que haces en un nuevo escenario más competitivo. No vale dormirse y reclamar “lo que es mío”, no hay derechos adquiridos, toca hacerse valer de nuevo.

Continuará.

Guía para no parecer el último mono

Decía esta mañana en Twitter @pepecerezo que cada día hay un nuevo ‘chief’ en las organizaciones. Hoy anunciaba el alumbramiento del Chief Experience Officer. La locura del personal por tirarse el pisto y darse importancia está desatada, será por eso de la ‘marca personal’, que no permite aceptar en público que uno es un pringao. Para evitar que los demás sepan que no eres más que un currante en tu empresa se ha puesto de moda utilizar la palabra “chief”, algo así como jefe en inglés, que viste más y te permite tener un título, aunque sea el equivalente al de capitán general del cuarto de baño de tu casa.

La Wikipedia ofrece una completa lista de titulillos a elegir para salir de la rutina y darle caña al postureo laboral. Elige el que más te guste y suéltalo alegremente cuando alguien te pregunte a qué te dedicas:

Chief executive officer
Chief operating officer
Chief information officer
Chief technical officer
Chief accounting officer
Chief administrative officer
Chief analytics officer
Chief channel officer
Chief compliance officer
Chief communications officer
Chief Customer Officer
Chief data officer
Chief financial officer
Chief governance officer
Chief information security officer
Chief knowledge officer
Chief learning officer
Chief legal officer
Chief marketing officer
Chief networking officer
Chief process officer
Chief procurement officer
Chief risk officer
Chief science officer
Chief strategy officer
Chief sustainability officer
Chief visionary officer

Cualquier gurú te asegurará que es ‘superimportantedelamuerte’ para las empresas tener todos estos “chiefs”, si no, se van a la quiebra en dos patadas. Eso sí, a mí me ronda siempre la misma pregunta: Si hay tantos jefes…¿quién trabaja?