Palabras que suben el precio

Es un tema recurrente últimamente en mi entorno. Hay palabras que, usadas en el ambiente o formato adecuado, encarecen el precio de un servicio. No tienen por qué aportar nada, a veces son una simple traducción de algo que ya teníamos. En tiempos de crisis, cuando “hay que rascar”, surgen con fuerza y acaban dominando el vocabulario en ciertos ámbitos. Por si cuela. Sirven para mantener en muchos casos costumbres obsoletas que se vuelven ‘cool’ (un buen ejemplo) con el barniz del inglés. Otras veces no hace falta traducción, son expresiones que crean miedo ante un público poco ducho en un tema (es el efecto ‘la junta de la trócola’).

He aquí varios ejemplos para empezar a jugar: ‘curator’, ‘framework’, ‘engagement’, ‘coaching’.

¿Me ayudáis a hacer una lista? Empecemos con, por ejemplo, ‘mentoring’. Un, dos, tres, responda otra vez:

I IV I I IV IV I I V IV I V

El título de este post no es un mensaje cifrado, es algo así como la fórmula de la Coca Cola, pero en código abierto. Hay mucha gente que se ha hecho rica copiando y pegando esta fórmula no patentada. También hay quien se ha arruinado y ha dado su vida por ella. Nadie sabe quién la inventó, así que sobre ella se han escrito millones de versiones que le han permitido crecer y evolucionar durante años. Ha sobrevivido ajena a las disputas sobre la propiedad intelectual que se producían a su costa y promete darnos muy buenos ratos en el futuro pese a las entidades de gestión y a las leyes restrictivas. Si alguien la hubiera registrado y hubiera impedido su copia, hoy seríamos todos más infelices.

El título de este post es la estructura de un blues de 12 compases, un ejemplo de cómo unas ideas se construyen sobre otras, de cómo el conocimiento compartido puede hacer que algo evolucione y llegue hasta mucha gente. De la misma fórmula, acelerada, salió el rock and roll. Salud.

Lo llaman desobediencia y no lo es

Lo primero, no soy sospechoso de apoyar semejante disparate, son ya muchos años de apostar por un modelo distinto basado en la cultura libre, y seguirán siendo muchos más, pero acabo de leer el “Manual de desobediencia a la ley Sinde” y, sinceramente, me parece tan útil como defender España de un ataque francés invadiendo Portugal. Absurdo.

El modelo no funciona, está claro, y la ley, que busca proteger a los antiguos distribuidores, criminaliza a los nuevos. Una locura. Lo que no entiendo es qué cambio positivo vamos a conseguir aprendiendo a enmascarar la ubicación de un servidor para, al final, descargarnos una canción de Alejandro Sanz o una película de la saga ‘Crepúsculo’. Puede que la intención tan sólo sea demostrar que la técnica permite saltarse la ley, pero eso no es ninguna novedad y no aporta gran cosa al debate de fondo.

Ahí es donde no entra nadie, ni la ley anacrónica ni los opositores desnortados, en el fondo. Creo que cada generador de contenido es muy libre de decidir cómo distribuye su obra. Prefiero un sistema de intercambio abierto, pero entiendo que hay quien todavía cree que las viejas costumbres le benefician. Las dos posturas son legítimas, pero la ley y su reacción en contra las hacen excluyentes.

La desobediencia, si consiste en trastear un rato para conseguir una descarga de Bisbal, es ridícula. La única solución pasa por apostar por nuevos modelos que permitan a los generadores de contenido ganarse el pan. Buscar una solución razonable y alternativa a un sistema hundido es lo sensato, pero a veces da la sensación de que lo único que queremos es mantener vivo a un cadáver, unos haciéndole un masaje cardíaco cuando es demasiado tarde y otros empeñándose en que se levante y cante.

No es el único ámbito en el que sucede esto últimamente. En un escenario de cambio constante en todo lo que nos rodea seguimos pensando en viejas soluciones para nuevos problemas. El objetivo sigue siendo recuperar lo que vivíamos hace cinco años. Mala noticia: No se puede, por mucho que corran los neutrinos. O tiramos de creatividad para fabricar lo que está por venir o seguiremos bloqueados durante tiempo.